domingo, 11 de enero de 2015

más o menos bien

Escucho música algo fuerte y  me da un poco de miedo molestar a mi vecina Noemí. Pero es que ella se queja seguido, y a mí me da la sensación de que es un poco pesada. Es domingo, hace calor y las puertas están todas abiertas para que corra alguna gota aire. El mate es más caliente, pero igual lo tomo porque me gusta. Uno con un poco de hierbas. Dejo que se lave, porque no me importa, hace de compañía o ansiolítico.
Suenan Gilberto Gil y Jorge Ben y las guitarras son tambores. Los gritos me resuenan por dentro y me dan alegría. Perfecto, así como lo necesitaba. Me debato entre mis tiempos y los del mundo externo, me cuestiono sobre mis proyecciones, las pantallas que me dicen afuera lo que todavía no escucho adentro. También me muestran flores y gatos mimosos, y una casa hogar que me invita a pensar que las cosas están bien.
El tiempo pasa como la contemplación de lo esencial y las palabras me cuestan cuando estoy tranquila porque son pura creación. Claro está ya en el mundo de lo cuántico, que lo que es denso primero fue idea, y que la dirección de la mirada transforma al átomo de la sensación incierta.
Los amigos bailarines hablan del baile de la vida, y vaya metáfora en la que viven, o metáfora es vivir y la verdad es el baile. Como un fractal que forma mandalas, o un suspiro después de un rato de apnea. Como el grito de Gilberto entre un silencio de negras, o una palabra en el lugar común de la página en blanco.
Me pican los mosquitos y de una palmada intento matar a algunos. Como quizás aplasto a alguna hormiga, como hacía de pequeña, cuando todavía no me molestaba alimentarme de vacas. Ahora que ya no como animales, intento dejar a los insectos en paz, pero me es más difícil que evitar el bife de chorizo por el que los gringos se desesperan en las parrillas chic de Palermo.
El mate lavado también se enfría, y tampoco me importa. Es domingo, es enero y estoy en una ciudad. Dado el encuadre, creo que todo anda más o menos bien.

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