viernes, 23 de enero de 2015

me cuestan los títulos

Cuestionar todo en lo que uno cree, un vicio casi inevitable de la creatividad. Como sacarse los zapatos para caminar en el pasto fresco, porque ver la frescura no es suficiente. Ganas de entrar y compartir, de ser parte del cambio. Y ver la huella de los pies en lo que ya existe.

El desafío de haber nacido mujer y conectar con algo que se asemeja a un ciclo de la luna. La marea interna sube y vuelve a bajar y el agua de la orilla jamás será la misma, aunque se vea igual, aunque de la sensación de un parecido que sólo confunde.

La densidad de la belleza que por momentos parece injusta, como si lo que se manifiesta se rigiera por juicios válidos. El poder, el control del estado interno ante los cambios de viento y de clima, la transpiración inevitable si hace calor.

La piel se riega de sensaciones imposibles de compartir por ser distintas, llama la hora de aceptar la esencia. El desahogo de las palabras, la esperanza en nuevos presentes, negar que soy el árbol o dejar de ser. O ser para tener raíz y vivir en la soledad de la búsqueda del agua y de la luz, en vínculo con la tierra que nutre, mujer arquetípica o planeta.

Mujer que duele y acepta, que cobija y da vida. Creadora de la humanidad, en vínculo y en soledad, y otra vez en vínculo con lo que creó ya no sabe cuándo, arte efímero del instante consciente.

Escribir para que duela menos ser, y una intención ingenua de creer en el sentido. Construcción inútil e inevitable, la danza cruel del desapego.

Escribir para existir ya y dejar de ser presunciones. O ya no dejar de ser nada y serlo todo, y entonces, encontrar al Amor.


domingo, 11 de enero de 2015

más o menos bien

Escucho música algo fuerte y  me da un poco de miedo molestar a mi vecina Noemí. Pero es que ella se queja seguido, y a mí me da la sensación de que es un poco pesada. Es domingo, hace calor y las puertas están todas abiertas para que corra alguna gota aire. El mate es más caliente, pero igual lo tomo porque me gusta. Uno con un poco de hierbas. Dejo que se lave, porque no me importa, hace de compañía o ansiolítico.
Suenan Gilberto Gil y Jorge Ben y las guitarras son tambores. Los gritos me resuenan por dentro y me dan alegría. Perfecto, así como lo necesitaba. Me debato entre mis tiempos y los del mundo externo, me cuestiono sobre mis proyecciones, las pantallas que me dicen afuera lo que todavía no escucho adentro. También me muestran flores y gatos mimosos, y una casa hogar que me invita a pensar que las cosas están bien.
El tiempo pasa como la contemplación de lo esencial y las palabras me cuestan cuando estoy tranquila porque son pura creación. Claro está ya en el mundo de lo cuántico, que lo que es denso primero fue idea, y que la dirección de la mirada transforma al átomo de la sensación incierta.
Los amigos bailarines hablan del baile de la vida, y vaya metáfora en la que viven, o metáfora es vivir y la verdad es el baile. Como un fractal que forma mandalas, o un suspiro después de un rato de apnea. Como el grito de Gilberto entre un silencio de negras, o una palabra en el lugar común de la página en blanco.
Me pican los mosquitos y de una palmada intento matar a algunos. Como quizás aplasto a alguna hormiga, como hacía de pequeña, cuando todavía no me molestaba alimentarme de vacas. Ahora que ya no como animales, intento dejar a los insectos en paz, pero me es más difícil que evitar el bife de chorizo por el que los gringos se desesperan en las parrillas chic de Palermo.
El mate lavado también se enfría, y tampoco me importa. Es domingo, es enero y estoy en una ciudad. Dado el encuadre, creo que todo anda más o menos bien.

martes, 6 de enero de 2015

consciencia

Los estados de la mente, como olas de mar, sacuden toda mi estructura cada vez que me doy cuenta.
El estómago lleno, la mente tranquila. El corazón me late a mil por hora, pero esto no es por estar enamorada. Ya me dijeron que esta vez no me enamore.

No enamorarse afuera y tener que enamorarse adentro, porque si no viene la muerte.

La vida sigue su paso y hay que aceptar que uno está bien porque caminó hasta donde llegó con fuerza, y que eso no es propiedad de nadie. Que el recorrido es propio, como la capacidad de tomar consciencia de él.

Agradecer profundamente el pedazo de realidad que me tocó, y fluir como si no fuera libre, sólo tomar decisiones. La decisión que es solo una, como el punto es el centro del mandala. Saltar de color en color, de forma en forma, de abrazo en abrazo.

Agradezco el cuerpo como fuente inagotable de placer y de vida. A veces elegir un punto dentro de uno para desde allí prenderse fuego. Incinerarse de vida, hasta ser cenizas y viento.