sábado, 24 de noviembre de 2012

Enamorada de la selva

Siempre soñé con caerme en la isla de Lost. Empezar una vida de cero con una nueva comunidad en un paraíso natural.

Ahora estoy en Koh Rong, Camboya. Y ayer sentí que estaba, hablo en serio, en esa isla de mis sueños. Así como viaja uno solo por el mundo, así está siempre acompañado. Los grupos se arman y se desarman, se hacen grandes amigos o simplemente compañeros de aventura. Ayer éramos 7 náufragos.

El día de caminatas arrancó en una cascada, no muy alejada pero hubo que caminar roca arriba y metimos la cabeza abajo de agua dulce y fresca, una caricia para la piel después de tantas horas de mar, sal y arena. Pero lo mejor vino después de las 4 pm. Una caminata de sólo 1 hora y media que me dejó las piernas como dos rocas, pero bastante más pequeñas de las que bajé. La cuestión era cruzar la isla hacia el oeste para poder ver el atardecer sobre el mar. Así que había que atravezarla desde una esquina, subir y bajar para correr al agua cristalina como recompensa.


De golpe parecía de noche, tan tupido, tan verde que ni un rayo de sol atravesaba los árboles. Hojas de todos tamaños, verdes de todos los tonos, plantas trepadoras y árboles que se mezclan, como si se abrazaran. El silencio dominó la caminata, no era cuestión de distraerse, además de que bueno, serpientes de todo tipo andan por la zona. Por suerte el cartel con la explicación de lo venenosa que es cada una está al final del camino. De todos modos, sobre esto quiero decirles algo, tal vez los inspire o por lo menos los haga reir. Desde que no como ningún tipo de carne no temo más a los animales, y eso que he sido muy cagona a lo largo de mi vida. Es un pacto de no violencia.

Sigo con la caminata. Después de un rato largo de subir, caminar y transpirar y transpirar, empezó la bajada que no conoce de sutilezas, más que las que tenían que tener nuestros cuerpos para evitar pasos en falso. Con las manos en el piso, sentándonos en rocas para alcanzar con la puntita de los dedos la siguiente, agarrándonos de lianas, troncos de árboles. Era cuestión de estar atento de cada paso que se daba. El guía, el que tomó la posta, es un pequeño brasileño que se instaló en la isla por unas semanas a descansar. Un tipo que sabe disfrutar de la vida y con ese estilo sudamericano que es capaz de meterse a los gringos en el bolsillo en cinco minutos. Si él no iba adelante, no sé cuántos de nosotros nos hubiésemos animado a seguir.

Cuando llegamos la imagen vuelve a la serie norteamericana. Los siete parados, en silencio, mirando el lugar e intentando creer lo que nuestros ojos veían. Es cierto, la naturaleza es tan perfecta, puede ser tan maravillosa que ni palabras, ni fotos, ni gestos la explican.


Llegamos con la luz perfecta para un buen chapuzón antes del espectáculo del sol yéndose detrás del mar. Hecha una sopa corrí por la arena blanca hasta el agua invisible. Nadé y claro que hice la plancha (esta se la dedico a los que les gustó la metáfora del último post).


Otro regalo de la vida, otro momento de esos que quedan para siempre.



martes, 13 de noviembre de 2012

Perdida en la intuición

Lost in translation. Me encanta esa expresión, es de esas frases de difícil traducción, o que al traducirse pierde fuerza. Perdida en la traducción, seguro que estoy mareada, claro que cuando intento comunicarme con los camboyanos no podemos hablar libremente de nada más que lo básico para comprar alguna fruta, tomarme un mototaxi, un hola, un gracias, un adiós. Además, mi vida es algo como un 90 por ciento en inglés desde hace varios meses -incluyendo la lectura- con recreos de skype para un poco de argentinidad y algún encuentro hispanoparlante que se diluye en reuniones masivas donde el inglés vuelve a reinar.
En el medio de tantas palabras e intentos de hacerme entender y de entender a los demás se genera un vacío, y como todo espacio, da lugar a otro tipo de comunicación, a las miradas y al cuerpo que intentan expresar más para completar el gap.


Otro asunto es el viajar sola. No hay discusiones de dónde ir, la responsabilidad íntima de andar sin segunda opinión por momentos se traduce en diálogos internos largos y sin destino. Menos mal que existe la intuición que los rompe en un segundo de silencio. Menos mal que a veces me dejo llevar.
La intuición destruye las páginas de la Lonely Planet en un abrir y cerrar de ojos. Si algo no vibra por dentro, puedo leer páginas y páginas sin pensar en ir para ningún lado. Pero de pronto escucho un nombre y algo resuena. Y, en un altísimo porcentaje, caigo en ese lugar que parece ser el único al que podría haber ido.



Pero bueno, uno no conecta fácil con cualquier lugar, tendrá que ver con una memoria de la que no somos conscientes, con una energía que nos permeabiliza, aunque siempre haya alguna que nos cierre.
Tengo una nueva meditación favorita. Cada vez que me meto en el agua, y he tenido el beneficio de haber nadado en un par de lagos y ríos camboyanos, hago la plancha, esa frase que tal vez no tenga traducción en otros idiomas y que en el nuestro no es de lo más positiva. Pero la sensación del agua sosteniendo todo el cuerpo sin esfuerzo, de que si hay corriente uno se mueve con ella, de que si hay una ola hay ascenso y descenso, relajar la cabeza y que no haya agua que se meta por la nariz, me hace pensar en los días que pasan. En este viaje que ya no se siente como viaje en sí sino como la vida misma. La gente que me cruzo, los amigos que se transformaron en familia.

Entonces hago la plancha, y la intuición me mantiene a flote.