miércoles, 20 de febrero de 2013

Volver

Estuve en la sagrada Varanasi dos veces, más de un mes en total, un lugar donde muchos hindúes no llegan a ir toda su vida. Algunos ya viejitos recién pueden darse un primer y último baño sagrado. Nadé varias veces en el Ganges (en Rishikesh y Allahabad), me lavé las manos y pies, me mojé la cabeza con agua de ese río misterioso.
Desde trenes que fueron mi hogar por más de 35 horas vi hombres y mujeres con ropas que visten desde hace cientos de años cosechando arroz a mano entre campos tan verdes que parecen dar luz.
Caminé los Himalayas hasta no poder hablar del cansancio.
Le recé a dios en nuevos nombres.
Tomé té en Darjeeling y dormí entre arbustos que se cortan a mano.
Fumé chillum con sadhus en el festival más grande que este planeta pueda albergar.
Viví el monzón entre las nubes y las montañas que fueron las paredes de mi casa.
Me sentí Roberto Carlos y me sentí sola.
Aprendí mantras, ragas y bhajans y canté bajo el ritmo de la tabla.
Comí con la mano y sentada en el suelo en cocinas llenas de hollín por la leña quemada.
Tomé chai hasta que mi hígado dijo basta.
Amé India como se puede amar a una persona, amé a mis amigos indios y hasta pensé en casarme con uno y quedarme para siempre. También odié India, y planeé irme corriendo y no volver nunca más.
Vestí un sari y usé bindis entre mis ojos. Me cubrí los hombros, aunque hiciera calor, aunque no tuviese ganas.
Escuché al Dalai Lama en persona, entendí que Tibet es mucho más que un país ocupado.
Medité hasta ver las estrellas, hice yoga hasta sentir cada una de mis células.
Me sentí india, viví otro tiempo y me despido más que satisfecha, contenta de volver a casa, a la familia, a los amigos y a Sudamérica. Son las luces que a lo lejos van marcando mi retorno.

Como también a esta lista hay que agregarle el robo de mi cámara de fotos, esas cosas que pueden pasar en cualquier lado, no comparto imágenes, comparto mi bhajan preferido, ese que compuso George Harrison con el Ravi Shankar.

http://www.youtube.com/watch?v=pFnyg3YhuP4


miércoles, 6 de febrero de 2013

Varanasi o un vestuario de hombres

Eructos. Hombres meando por la calle. Hombres que venden perfumes. Hombres en taparrabos bañándose en el río. Hombres tomando chai. Hombres secándose el cuerpo sin complejos. Hombres mascando tabaco. Hombres comiendo al paso. Hombres sonriendo. Hombres bañando búfalas. Hombres cargando cuerpos sin vida. Hombres jugando al cricket. Hombres celebrando pujas. Hombres vendiendo saris. Hombres jugando a las cartas. Hombres fumando hachís. Hombres remando botes de paseo. Hombres hilando seda. Hombres sentados en cuclillas mirando el agua correr. Hombres que desnudan con la mirada. Hombres que da gusto verlos casi desnudos. Hombres. Casi que sólo hombres.

A India no se le gana, el karma te viene. Siempre fui varonera, más metida en las conversaciones de hombres, discutidora, fortachona, de alguna manera. Y ahora, me la paso entre fortachones. Y mi madre les diría sabiondos. Todos los indios tienen algo que enseñar, y te lo van a querer enseñar, aunque ya lo sepas.  Mis caminatas por el Ganges están repletas de interrupciones de voluntarios especialistas en la mitología hindú. Que la madre Ganga cae del pelo de Shiva, que el Shiva Lingam no tiene poder si no está Nandi, que Radha no es la mujer de Krishna pero que es su verdadero amor, que a Ganesha su padre le cortó la cabeza por celos y se la remplazó con la de un elefante, que le tengo que rezar así tendré buena fortuna, que sus madres hoy están ayunando para la buena salud de sus padres. Nunca falta algún atrevido que se atribuye ser especialista en Kama Sutra y capaz de ofrecer experiencias inolvidables, invitan desafiantes, a ver si te animás. He aprendido mucho caminando por los Ghats de sur a norte, de norte a sur. También he aprendido algo sobre poner límites. Y a veces necesito silencio.

Y entre tanto hombre por momentos me siento libre, pero ellos me ven como mujer. Entonces, tengo mis mejores amigos, que me protegen y me poseen al mismo tiempo. Algunos nunca más se me van a acercar por haberme visto con ellos, otros sólo se me acercan cuando ellos están. Y yo disfruto de su protección y me enojo al mismo tiempo. Me siento agobiada, quiero estar sola y sin que nadie sepa en donde estoy. Pero sé que son buenos amigos y que es algo que pasa aunque yo no quiera. Me entretengo entonces con cruces de miradas, con alimentar alguna fantasía -fantasear debe ser el deporte nacional indio por excelencia-, y tener las propias que tal vez se vuelvan realidad en algún papel.

Anoche tuve una conversación con un amigo nacido acá, en Varanasi. Es abogado y yo cabeza dura, así que fue una larga charla. Hablamos de la mujer, de si le gustaría tener la vida que tiene su hermana, de que las mujeres tienen que empezar a pelear por sus derechos, me explicaba que la ley las ampara, que la tienen que  hacer cumplir. Pero cambiar una cultura tan antigua no es fácil. Y, confieso, aunque me parezca un sistema totalmente injusto, un poco de pena me daría que cambiara. Varanasi no es solo otro lugar, es otro tiempo.

Y me siento en el Assi Ghat, en los escalones frente al río, mi barrio, donde paso todo el rato entre amigos y chai,  y veo un grupo de chicas de alrededor de 15 años caminando de la mano, como caminan los hombres, mirando y riendo, yendo de un lado a otro, y otra veinteañera con el pelo negro al viento, look indio siglo XXI y actitud algo provocativa pinta un mural lleno de color donde el personaje principal es una mujer, y pienso que los turistas en masa, los celulares y la tecnología no vinieron solos, que tal vez algo bueno también puedan traer.


lunes, 4 de febrero de 2013

Uno más otro, y van 29

Es la primera vez que el número me impresiona. Es como que ya es hora de aceptar que pasé a la adultez. Soy la menor de 4 hermanos, la menor de 13 primos por un lado y de 28 por el otro. Siempre la menor. Pero cuando la menor ya pisa los 30, es que hay una generación que está cambiando.
Voy a ser tía pronto -qué felicidad la llegada de Solcito!!-, y eso sólo corrobora esta sensación.


Estoy en Varanasi recién vuelta de un festejo con amigos, un grupo de indios que se encargó de cocinar un banquete que comimos sobre el Ganges, con nuevos grandes amigos argentinos, otros indios y otros japoneses, que se ocuparon de todo, hasta de que el sol brillara todo día y calentara el invierno que ya se suaviza.



No puedo pedir más a la vida. Qué lindos 29 años. Y esto no termina, pero me vine a tomar un té de hierbas ayurvédicas para descansar un poco antes de que siga la joda y me dieron ganas de compartirles la alegría. Y la fiesta seguirá hasta fines de mes, cuando vuelva a mirar a los ojos a la familia, a los amigos y nos demos un buen abrazo.

En estos 10 meses he vivido algo así como 1000 vidas así que celebro la vida más que un aniversario. Millones de gracias a todos. Mucho amor y bendiciones de la madre Ganga, algo así como la Pachamama india.