viernes, 13 de enero de 2017

año nuevo

Encontrar motivación no es fácil. Al menos para mí. Al menos cuando estoy disfrutando de un momento, pero no puedo dejar de saber que los bosques del sur arden. O que las inundaciones dejaron a gente sin casa. O que hay pibes con hambre. Que hay pibes con hambre y armas cerca. O que hay gente poderosa vendiendo armas. O que hay gobiernos decidiendo disparar. O que nos estamos lastimando sin parar, al menos, en las ciudades, con el aire que respiramos, con la comida de los supermercados, cuando bajamos la mirada por la calle. Algunos en la naturaleza safan, a otros los fumigan y les llenan los ríos de cianuro, o les talan los árboles.

Por momentos dan ganas de reirse. Pero desde mi cocina, con el mate y el desayuno. Paso noticias rápido, porque ya no puedo informarme porque me duele demasiado en días grises, me resulta absurdo y no lo entiendo, cuando ando mejor. No sé qué sentir, qué creer, qué hacer ni pensar. ¿Qué hice? ¿Qué hago para que esto pase? ¿De qué manera puedo colaborar?

Siento muy profundo que unirnos, organizarnos y encontrarnos debería ser el mejor camino. Ayudarnos entre los que estamos cerquita.

Solo me aterran las discusiones, los malos entendidos, la violencia latente, aún cuando levanta con su fuerza las banderas más nobles. Pero ya no hay tiempo para ocultarse. Para hacerse los tontos. No puede ser tanto esfuerzo. Tanta renuncia. Tanto sacrificio decidir hacer cosas bellas. Regar plantas, plantar árboles, cocinar comida de varios colores, cuidar, limpiar, embellecer. Escuchar, abrazar. Sentir. Y hasta ir a buscar.

Es el rato en el que estoy sola que pienso todo esto. Cuando lo hablo con otros, me calmo. Charlemos, dialoguemos, contemos nuestras preocupaciones y busquemos respuestas. Y cambiémoslas por nuevos descubrimientos cuando haga falta. Tranquilos, aceptando que más urgente es convivir que pelearnos con otros humanos porque no son como nosotros, o como nos gustaría que fueran.

Es tiempo de que el amor se expanda. Que sentirnos amados se resignifique. Que amar la vida sea un acto cotidiano. Que amar sea un desafío integrador y no sectario. Que nos animemos a dejar caer el ego y ofrecernos a los demás como somos, quienes somos, con lo que podemos para que todos estemos mejor. Seguro que aparece alguien en el camino que nos enseñe algo nuevo. Y si un día nos tenemos que ir de este planeta porque no lo supimos cuidar, que hayamos aprendido la lección. Nos estamos dando la espalda. Andamos queriendo administrar el amor y el dinero nos gobierna.

Tengo tantos amigos por tener hijos, formando nuevas familias. Estamos apostando a la vida. Entonces, hay algo que cada uno seguro que puede revisar, y no es el color de pelo o la pelada, o si somos aceptados o no por otra persona, o por qué no nos quieren, o si somos los mejores o los peores. Acciones mínimas del cotidiano tenemos que poder encontrar. Reciclar, reutilizar, escuchar, abrazar, colaborar, tratar con dulzura. Un ratito más de lo que venimos haciéndolo hasta hoy, o todo el tiempo que podamos hacerlo sin estar enojados, y en todo el planeta son 8 mil millones de instantes positivos para aprovechar.

Hace falta una transformación, y a esas movidas no las decide un gobierno.