domingo, 29 de diciembre de 2013

verano

El abrigo del calor libera de frazadas pesadas y de cuerpos cubiertos. Deja tan lejos como la altura de los Himalayas noches de temblores y kilos de abrigo que apenas dejaban respirar. No era el frío, fue la solución  obligada de la quietud. Moverse bajo el container de lanas de todos tipos y colores significaba un agite que el corazón apenas soportaba en la altura, como la piel, que ya no recordaba la desnudez. Se marchitan algunas plantas, que como cualquier humano, necesita más agua que en tiempo de crecimientos cómodos.

La levedad del ser, de qué se trata, veo volar a un mosquito y yo permanezco quieta. Y el mosquito muere de una caricia y yo también. Por un viento suave, por una cascada fresca, un té caliente, un helado de limón.

Los pies se arrastran y la cabeza embotada pide desahuciada que termine lo que acaba de empezar: el verano. Jesús volvió a nacer mientras Buda meditaba y en Irán unos locos no paraban de dar vueltas sobre sus pies. O el mundo se les daba vuelta y vuelta, y ellos apenas distinguían esa diferencia. Si es que existe.

El relativismo termina cuando veo perros, hombres, gatos y canarios transpirados. Calor para todos.

El ventilador tira aire caliente, y el hielo es esperanza. Como las naranjas.