viernes, 12 de diciembre de 2014

el 10 y la magia del número

Me acuerdo que llamé a mi mamá para hablar antes de año nuevo y que me atendió llorando. Yo tenía 20 años y estaba viviendo en Austria desde hacía ya 10 meses. Estaba desesperada y yo no entendía nada. Que se incendió un boliche, Mariana, un horror, me decía y lloraba. Sin poder explicarme bien me pasó con mi hermana y ella me pudo contar. Se había incendiado República de Cromañón mientras tocaba Callejeros y todavía no se sabía que eran 194 las almas, pero ya se contaban muchos muertos, muchos heridos, mucho dolor.

Yo estaba tan lejos. Ese año también había sucedido el tsunami en Tailandia, la bomba en la estación Atocha del metro de Madrid. Era como si me hubiese ido al aislamiento y las malas noticias. Me acuerdo que me contaban que el año nuevo de Argentina había sido el más triste de la historia y yo lloraba en el castillo de un pueblo medieval europeo porque quería volver a casa.

Volví a Buenos Aires a mediados de febrero. 21 años recién cumplidos, había descubierto el arte, la música y mi capacidad de ser libre en las rutas y llegué a una ciudad clausurada. No pasaba nada, no podía ni ir a tomar una cerveza con mis amigos, todo estaba como sedado y en cada reencuentro cada persona querida me contaba su experiencia en esa noche tan triste. Nos juntábamos en casas, entonces, o hasta en cosas más parecidas a confiterías. Hasta que de a poco algunos bares volvieron a abrir, algunas fajas se levantaron. Pero me acuerdo de ver fajas por todos lados. Yo no había tenido un vínculo muy estrecho con la actividad cultural independiente, mi núcleo cercano tampoco, pero eran pibes de mi edad o menores, era mi generación. Era el espanto.

Como todo pasa, inevitablemente es así, Cromañón pasó. Pasaron también mis tres años de Ciencia Política en la UBA con ganas de cambiar al mundo, estudios de periodismo, mis primeros laburos después de las changas cuidando pibes para ganar unos mangos (o para hacer posible mi experiencia en Europa), pasaron 10 años. Y en 10 años lo que pasa es la transformación.

En dos semanas se van a cumplir 10 años del incendio, ya estamos cerquita. Ayer, víctimas, amigos, contemporáneos de Cromañón, músicos, bailarines, poetas, fotógrafos, actores, artistas plásticos, artistas ambulantes, docentes, productores y gestores culturales nos reunimos. Éramos miles unidos frente a la Legislatura Porteña. Cantamos un mantra, se afirmó que no se pone en peligro la vida de las personas, que a través de la sanción de una ley hay un compromiso con su cumplimiento, hubo abrazos, alegría, arte. Cultura entendida como la construcción de la manera de expresarse. La cultura como la forma de libertad más noble que tenemos mientras todavía danzamos con este sistema.

Se exige como ciudadanos la sanción de la ley espacios culturales desarrollada por el sector, no por legisladores, ellos son los que creo, deberían acompañar a la sociedad en sus cambios; y una ley para los artistas ambulantes porque hacer música en la calle no es delito. Y que no se vuelva atrás con medidas que fueron positivas para los teatros independientes. Libertad, no violencia, no control desmedido, regulación para que no nos lastimemos entre nosotros, pero sin baches que permitan el abuso de poder.

Amor por lo que uno hace para una ciudad más bella, para vecinos felices. Y conciencia de nuestra historia y del duelo de nuestros muertos, los de Cromañón, los desaparecidos de la Dictadura, a los que nuestra sociedad persiguió, descuidó o calló.
Una sociedad solidaria y creativa, esa es la transformación.

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