sábado, 1 de noviembre de 2014

la lluvia que no para

Es como cuando decís una boludes atómica y te das cuenta. En medio de una conversación en la que querés sentirte parte diciendo algo inteligente, mandás alguna máxima que se te ocurre en el momento sin mucha reflexión ni compromiso con la verdad. No queda otra que digerir, aceptar y mandar por el excusado al ego maltratado por la idea de uno mismo. Las opinologías basadas en ideas construidas sin experimentación nunca llevan a ideas más elevadas, en general irrumpen en los pozos del alma para quedarse estancados hasta que un día, por algún hecho concreto basado en algún movimiento energético-luminoso se liberen y dejen de ser creencia. No sin dolor o algún tipo de sensación de tintes intensos y putrefactos.
Y otra vez no queda otra que oler la mugre mientras se limpia el corazón. Como el sexo, el placer más dulce con el diálogo de poder más delicado. Como la desnudez y la celulitis o las sonrisas y los dientes amarillos. Como el alcohol y la resaca. Como bailar, o correr un colectivo. Como vivir y el cansancio o la felicidad y el dolor físico.

Ir y venir de personas y encuentros que te tienen anclado en el centro de la calesita y todos se divierten y vos sólo girás. Nunca llegarías a la sortija si seguís pensando que el centro no se puede mover hacia otros polos, centros de otros giros, puertas a otros mundos. Parecido a estar escribiendo estas palabras sin entender demasiado de qué estás hablando. Algo como esta lluvia bíblica que habla sin que entiendas qué está pasando, porque sonó el despertador y la vida en la ciudad sigue. Como los árboles al lado de los edificios y las bicicletas entre los colectivos. Como las ganas y la ansiedad, o la solidaridad y la impaciencia.

Como los polos, como aries y libra, como la luna y el sol.
Escuchate, escuchame, escuchémonos.


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