Desde que
empecé a planear y pensar este viaje, me mantuve en contacto con personas
que se definen o entrarían en la categoría de travelers. Con guía en mano, recorren, ven, miran y vuelven a casa
con la mochila llena de nuevos lugares, de destinos, de conciencia de la
inmensidad del mundo.
Quise ser
una, quise ver muchas cosas, quise
pertenecer al grupo de personas que saltan de su cuna de vez en cuando, por
mucho tiempo, a veces por pocos días, pero siempre con la confianza de que
saben moverse, de que pueden sobrevivir en cualquier lugar, de que viajar es un
arte popular, aunque guarde sus secretos.
Cuando
llegué a India y a las 2 semanas encontré un lugar donde me quise quedar, y ese
pueblo se transformó en mi hogar por 4 meses, por momentos me sentí frustrada,
sentí estar renunciando a ser un viajera. No estaba viendo mucho, de alguna
manera, me quedé quieta.
En esa
quietud, sin embargo, pude practicar algo de disciplina en silencio. Aprendí
una técnica milenaria para conectar con el todo, con cada uno de los lugares
adonde un traveler llega, a conocer las distintas caras de algo que parece ser
inmenso, pero que vive dentro de mí.
Hoy sonrío
al pensar que viví el monzón en uno de los lugares donde más llueve de toda
India, que miré por la ventana cómo la lluvia, las montañas y el bosque me
protegían, me guardaban, me ayudaban a seguir viajando hacia adentro. Las
tormentas que hacían las calles ríos y cascadas, las sanguijuelas que
amenazaban mis tobillos, las plantas que brillaban de verdes, los amigos, que
nos reuníamos bajo techo. El corazón se hincha y mi mente se calma. Seguro que
ese fue un viaje.
Con el
tiempo las lluvias menguaron y mis piernas estaban listas para caminar. Calculé
que en el mes que me quedaba de tiempo podría ver alrededor de 6 o 7 lugares,
quedándome en cada uno unos 4 días. Bueno, resulta que se transformaron en 3
destinos. Rishikesh, Delhi y Varanasi. Una semana en Rishikesh, otra en Delhi y
más de 10 días en Varanasi. De nuevo, los tiempos no eran los de una viajera oficial.
Los tiempos se transformaron en mi ritmo. En cada uno de estos 3 lugares me
hubiese quedado varios días más, semanas o meses, pero cada uno fue una etapa
nueva del recorrido. India es generosa como una madre primeriza, no descansa,
no deja de estimular. En India aprendí a caminar.
Con muy
pocas ganas pero por esas cosas en donde no hay con qué darle a las burocracias
internacionales, tuve que irme del país. Mi visa vencía. Como el viaje se
alargó y esto no estaba en mis planes, pensé en lo bien que me podría llegar a
hacer el mar y el sol después de tanta nube, y decidí que Tailandia sería la
siguiente estación. Llegué y lloré. ¿Dónde está mi chai? Me faltan los
estímulos indios, me faltan las situaciones inimaginables en cada esquina, me
faltan las miradas de ojos negros.
Pero como
la vida no da puntada sin hilo, y porque tal vez el destino sea una fatalidad,
después de dar un par de vueltas por Tailandia sin encontrar un lugar donde me
sintiera cómoda, en el lugar menos pensado, en Pattaya, la ciudad del pecado
ruso y la liberalidad tailandesa, encontré un pequeño hogar, un gueto de amigos
rusos que viven entre la bohemia y el consumo, pero que me abrieron la puerta
con un inglés limitado y un corazón enorme. Y me recuerdan mi origen eslavo
y me enseñan palabras en ruso, y me explican el significado de mi apellido. Encontré
mi ritmo, la cadencia de mi mochila, la búsqueda de mi ser que mi cuerpo
intenta acompañar. La felicidad de ser una viajera y de estar encontrando el
estilo propio. Pertenezco, sí, a mí son, pertenezco.
No puedo parar de llorar... siento que se me sale el corazón! que lindo poder leer tus experiencias así, tan bien escritas... tan desde el alma! Cuanto te quiero! y como me alegra que hayas hecho este viaje. Sé que tenía que ser y ... te lo vuelvo a repetir, GRACIASSS Negrita querida, tu coraje y tu búsqueda me emocionan y conmueven!!!
ResponderEliminarTe abrazo muy fuerte! Ana
Y como todo está en todo, también encontrando tu propio estilo de escribir. HERMOSO!
ResponderEliminarQué lindo Mariana!! Hermoso todo lo que escribis y lo que estás viviendo. Beso grande. Majo.
ResponderEliminarNuevamente pusiste mi piel a 'punto Gallina'.
ResponderEliminarMe emocionaste el alma y me recordaste aquella primera vez en que tuve la fortuna de leerte acerca de un Samovar y Rusos a la redonda.
Me hiciste sentir parte.
Me diste ganas de volar con libertad.
Te debo un abrazo inmenso Marian.
GRACIAS!.
Me alegro tanto!!! Genial lo que escribís. Besos. Anita
ResponderEliminarboluda me mataste. lloro, te siento, lloro más, quiero viajar, quiero dejar todo, quiero viajar. y quiero encontrarte en algún lugar. yo te llevo el chai.
ResponderEliminarHay una frase que me tocó el corazón y el espíritu. Te mando mail y te cuento. Te quiero.
ResponderEliminarMariana, se leo tan lejos... y te siento tan cerca. Gracias por este relato... Y te hago llegar todas mis bendiciones!!! Su`
ResponderEliminarMariana, gracias por llevarnos en tu viaje, montados en una pestania
ResponderEliminarLo curioso de los viajes es que el destino mas rico, mas sorprendente, mas inimaginable, era la llegada al propio interior.
hasta ahora leo tu blog, muy lindo todo lo que cuentas,después de mi vuelta tambien me pregnto todos los días donde esta mi chai.
ResponderEliminarUn abrazo Mariana,
Glendis (una la venezolana que conociste en Varanasi)